En este artículo te presento una recopilación de las curiosidades más sorprendentes de los viajes al espacio. ¡Atento, porque estoy seguro de que no conocías ni la mitad de ellas!
¿A qué huele el espacio?
Quizás nunca te habías planteado esta pregunta, pero lo cierto es que sí que hay olor en el espacio. Según varios astronautas de la NASA, como Scott Kelly y Peggy Whitson, el espacio huele a una mezcla de carne asada, frambuesas y ron. Obviamente no sacaron la nariz del casco y se pusieron a oler el espacio, sino que el olor que describen lo notaron en sus trajes espaciales al volver a entrar dentro de la esclusa de la nave. En cambio, un cosmonauta ruso, Valery Con Zoom, dijo que el olor para él fue como el de un arma justo después de dispararse. En fin, los rusos tienen sus cosas más broma.
¿Pero cómo es posible que el espacio tenga olor si es un vacío? Bueno, pues es que cuando nos referimos al espacio o al vacío del espacio, hay que pensar que hablamos en realidad de un contenedor. Un contenedor que en sí mismo no es nada, pero que sí contiene cosas, y una de esas cosas, aparte de ti y de mí, es gas. Mucho gas. Moléculas de gas desparramadas por todos los lados que se quedan pegadas a los trajes de los astronautas y que se pueden oler.
Por ejemplo, la nube molecular en Tauro, que se encuentra a unos 450 millones de años luz de nuestro pequeño planeta, huele básicamente a almendras amargas. Esto se debe a que hemos detectado una gran presencia de bento nitrilo, una molécula aromática procedente de la transformación del cianuro y rica en nitrógeno, hidrógeno y carbono. Otra curiosidad es que la gran nube que se encuentra junto a la constelación Aquí la Esta huele, sin ninguna duda, a alcohol puro. Allí se encuentra la mayor cantidad de etanol jamás detectada en el universo. Es una nube mil veces más grande que nuestro sistema solar. De hecho, hay tanto etanol en esa nube que no podríamos verla entera aunque la humanidad entera se debiera 300 pintas al día durante un billón de años. ¡De locos!
Los astronautas crecen en el espacio
Esta es una de las curiosidades que se pueden leer por internet, y de hecho, es cierto que los astronautas pueden ganar hasta cinco centímetros de altura cuando están en una misión espacial. Pero no está pasando nada raro en sus cuerpos ni los rayos cósmicos tienen nada que ver. Es una cosa bastante lógica si lo piensas. En la Tierra, con gravedad, la columna vertebral sufre su propio peso y el del propio cuerpo, lo que comprime los discos vertebrales y eso hace que encojamos ligeramente nuestra altura.
En el espacio y en microgravedad, la columna vertebral de los astronautas no está soportando su peso en ningún momento, lo que hace que los discos vertebrales no estén comprimidos y eso hace que se midan unos pocos centímetros más. Unos centímetros que, obviamente, se perderán en cuanto vuelvan a la Tierra y su columna vertebral vuelva a comprimirse. De hecho, para demostrar esto, si en lugar de medirnos de pie, como suele ser lo habitual, nos midiéramos la estatura tumbados en el suelo, veríamos que efectivamente ganamos unos pocos centímetros al no tener la columna comprimida soportando nuestro peso.
Este aumento de estatura en el espacio se tiene que tener muy en cuenta, sobre todo a la hora de escoger un traje espacial cómodo. Sin ir más lejos, la astronauta estadounidense Anne McClain se dio cuenta de que a la hora de escoger un traje espacial para salir fuera de la estación, necesitaba una talla en específico para poder ir cómoda, mientras que en su entrenamiento en la Tierra podía utilizar dos de los tres tamaños disponibles.
A la Luna sin seguro de vida
El famoso discurso del Presidente Kennedy en mayo de 1961, en el que dijo que Estados Unidos pondría un ser humano en la Luna antes de terminar la década, obligó a la NASA a ponerse las pilas y avanzar en su programa espacial, asumiendo unos riesgos que hoy en día nos parecerían absolutamente impensables. Y una de las cosas en las que tuvieron que improvisar rápidamente fue en el seguro de vida de los astronautas.
Resulta que la NASA no consiguió encontrar ninguna aseguradora que estuviera dispuesta a pagar un seguro de vida a Armstrong, Aldrin y Collins, las primeras personas en viajar a la Luna, ya que consideraban que era una misión prácticamente suicida y que había muchísimas posibilidades de que los astronautas no regresaran. Pero no podía ser que tres héroes fueran a hacer el viaje más apasionante y arriesgado de la historia de la humanidad y sus familias no fueran a ser recompensadas de alguna manera si no conseguían volver. Por eso dieron con una ingeniosa solución: unas tarjetas especiales con diseños sobre la misión que los tres astronautas firmaron y dedicaron. La idea era que las tarjetas se quedasen en posesión de las familias y, en caso de que los astronautas no regresaran a la Tierra, pudieran venderlas por un alto precio, ya que se convertirían en unos souvenirs muy valiosos (aunque también un poco macabros).
Pero los astronautas del Apolo 11 no fueron los únicos en tener problemas con las aseguradoras. El conocidísimo director de cine Stanley Kubrick, que por entonces estaba rodando «2001: Una odisea del espacio», quiso contratar a una aseguradora que le compensara por las posibles pérdidas que sufriría el estreno de su película si los astronautas encontraban vida en la Luna. Esto es algo que hoy en día nos parece de risa, pero curiosamente ninguna aseguradora quiso arriesgarse. Todas pensaban que encontrar vida en la Luna era una opción demasiado probable como para arriesgarse.
El primer swing desde otro mundo
Alan Shepard tiene el honor de ser el primer astronauta estadounidense en viajar al espacio. Pero 10 años después de ese primer viaje al espacio, y tras ser apartado durante mucho tiempo por un problema en su oído, regresó como comandante del Apolo 14 para convertirse en el quinto astronauta en caminar sobre la Luna. Y al parecer, ser el primer estadounidense en el espacio pero no el primero en pisar la Luna no le gustaba.
Así que pensó en algo que nadie hubiera hecho nunca. Y no se le ocurrió otra cosa que meter en la nave la parte inferior de un hierro seis y dos bolas de golf. Y justo cuando la misión en la superficie lunar llegó a su fin, Alan Shepard se colocó delante de la cámara y, con un improvisado palo de golf hecho con la punta de un hierro seis, golpeó al brazo metálico del recolector de muestras e intentó realizar el primer swing de la historia desde otro mundo.
En los dos primeros intentos, golpeó el suelo lunar, pero al tercero logró impactar la pelota con un golpe bastante malo, que la hizo rodar por la superficie hasta unos 22 metros de distancia. El segundo tiro, sin embargo, le fue algo mejor y la bola, según se supo, se fue muy, muy, muy lejos. De hecho, el paradero de esa segunda bola ha sido todo un enigma durante más de 50 años, porque nunca se llegó a localizar.
Pero hace apenas unos meses, el especialista en imágenes Andy Sanders, mediante técnicas de mejora digital y apilamiento de secuencias de vídeo, consiguió localizar el paradero de esa segunda bola. Y en realidad, no fue tan lejos. La bola cayó a unos 40 metros de distancia, lo cual no está nada mal si tenemos en cuenta que jugó con un palo de golf improvisado, a una sola mano, en un enorme búnker de regolito lunar y con un traje espacial que dificultaba enormemente el movimiento.
El primer ser vivo en ir y morir en el espacio
Laika, que significa «ladra dora» en ruso, fue una perra callejera que se convirtió en el primer ser vivo en ir al espacio y también, lamentablemente, el primero en morir en él. Fue el 3 de noviembre de 1957, un mes después de que Rusia colocara en órbita el primer satélite de la historia, el Sputnik. En esa época, se sabía muy poco sobre los efectos que podrían tener los viajes al espacio en los humanos, y de hecho se creía que una persona no sería capaz de aguantar el lanzamiento o las condiciones del espacio exterior.
Sobre la muerte de Laika salieron multitud de informaciones falsas, como que murió al sexto día al quedarse sin oxígeno, o como que el propio gobierno soviético alegó inicialmente que fue sometida a eutanasia con comida envenenada antes de que eso llegara a ocurrir. Sin embargo, no fue hasta 2002 cuando se pudo saber exactamente lo que le pasó a Laika.
La muerte se produjo por un fallo de construcción de la nave que hizo que la temperatura de la cápsula subiera sin control hasta más de 40 grados centígrados, ocasionando la muerte del animal, ya que se encontraba en un estado de pánico extremo. Y cinco horas después del despegue, ya no pudo más. Lo que pasó es bastante normal si tenemos en cuenta que la Unión Soviética construyó esa nave, el Sputnik 2, en menos de un mes y basando muchas de sus partes en puros bocetos.
Los cosmonautas rusos van armados al espacio
Sigamos con Rusia. Esto de que los cosmonautas rusos llevaban armas al espacio empezó como una de esas leyendas urbanas en Internet, pero esta teoría fue confirmada por el cosmonauta ruso Serguéi Riazanski en una entrevista. Todo empezó tras la misión espacial de Alexei Leónov, el primer ser humano de la historia en dar un paseo espacial fuera de la nave.
Lo hizo en marzo de 1965, durante la misión del Vostok 2. Y a pesar del éxito de esta misión, la nave tuvo un fallo en el aterrizaje y acabó cayendo sobre los montes Urales, muy lejos del punto de recogida establecido. Los astronautas Leónov y Cubasoft pasaron una noche al raso, rodeados de lobos y osos hambrientos, antes de que por fin fueran rescatados.
Desde entonces, todos los cosmonautas rusos que viajan al espacio llevan consigo armas blancas y de fuego. Al parecer, se repite la historia y tienen que defenderse hasta ser rescatados. Serguéi Riazanski comentó que, al principio, se trataba de una pistola especial al estilo navaja suiza, plegable, con tres cañones diferentes para tres tipos de munición (balas de rifle, cartuchos de escopeta y bengalas), y que incorporaba también un machete. En misiones más recientes, esta arma se ha reemplazado por armas de fuego reglamentarias del Ejército Ruso. Y actualmente, en las nuevas misiones, los cosmonautas tan solo llevan el machete.
El paseo espacial más memorable y temerario de la historia
Corría el año 1984 y la NASA se encontraba inmersa de lleno en su programa del transbordador espacial, o Space Shuttle. El 3 de febrero de ese año, despegó el transbordador Challenger en una de sus ya rutinarias salidas al espacio. Dentro de él iba el protagonista de esta historia, el estadounidense Bruce McCandless. Para entonces, Bruce era todo un veterano de la NASA que entró en 1966 con la esperanza de participar en alguna misión Apolo o Skylab, pero ambos programas se cancelaron antes de poder ir al espacio. Tuvo que esperar hasta esta misión, 18 años después, para convertirse por fin en un astronauta de verdad.
Y lo que haría durante su estancia en el espacio sería simplemente memorable, ya que nos dejó esta histórica imagen que aseguro que muchos habéis visto alguna vez. Explicar la historia de esta imagen es, en realidad, explicar la historia de la Manned Maneuvering Unit, o más comúnmente llamada MMU.
Bruce McCandless había dedicado casi toda su vida profesional a supervisar y probar varios modelos de mochilas propulsoras que al final no llegaron a utilizarse. Pero desde que el programa del transbordador espacial salió adelante, el interés de la NASA por esa mochila propulsora fue enorme, ya que la NASA se había empeñado en que el transbordador espacial se convirtiera en una especie de camión espacial, capaz de lanzar satélites a diestro y siniestro. Por tanto, necesitaban algún tipo de sistema que permitiera a un astronauta acercarse, rescatar y reparar un satélite averiado en órbita baja.
Cuatro días después del lanzamiento, McCandless iba a realizar una misión para la que se había entrenado durante casi toda su vida profesional, y solo apta para verdaderos valientes. Salió de la bodega del transbordador y empezó a separarse poco a poco de la nave hasta alcanzar los 98 metros de distancia.
Si algo hubiera salido mal, el transbordador tendría que haber intentado el rescate del astronauta con unas maniobras muy delicadas y seguramente muy difíciles de realizar. En su punto más lejano, un compañero en el transbordador tomó la famosa serie de fotografías que inmortalizarían para siempre aquella visión. Era la primera vez que un ser humano se convertía en un auténtico satélite artificial.
La MMU alcanzó tanta popularidad en aquella época que hoy día podemos ver multitud de obras de ficción donde aparece. Pero, sin embargo, a pesar de su fama, la mochila resultó ser un pequeño fracaso, ya que se consideró que era demasiado peligrosa y arriesgada y solo fue usada por un total de 6 astronautas en tres misiones espaciales lanzadas precisamente ese mismo año.
Un muñeco siempre a bordo
Una cosa curiosa de los viajes al espacio es que en todos ellos suele haber siempre un elemento común: se trata de un sofisticado sistema de detección de gravedad cero. Es decir… ¡un peluche! Sí, aunque pueda parecer una broma, estoy seguro de que muchos de vosotros recordáis el pequeño dinosaurio brillante que se vio en la cabina de la primera misión tripulada de SpaceX.
Este tipo de peluches son en realidad una especie de tradición en los viajes espaciales y cumplen con la sencilla función de flotar por la cabina una vez que la nave se encuentra en gravedad cero. Y así hacerlo saber tanto a los espectadores que siguen la retransmisión como a los propios astronautas. Aunque en realidad los astronautas son perfectamente conscientes de justo el momento en que empiezan a experimentar la microgravedad.
Sin embargo, a pesar de no tener ningún motivo científico, este simpático sistema de alerta se viene usando en prácticamente todas las misiones al espacio. Y suelen ser los propios astronautas los que eligen qué llevarse consigo. Hemos tenido desde el clásico osito de peluche a Baby Yoda, dinosaurios, un ajedrez con velcro, un puzzle Gear y hasta el planeta Tierra mirándose a sí mismo. Una divertida tradición que, personalmente, espero que se mantenga siempre.